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domingo, 9 de diciembre de 2012

Una oradora romana

Jacques-Louis David, El rapto de las sabinas1799
Óleo sobre lienzo, 385 x 522 cm, Museo del Louvre.
En vista de la injusticia con que la historia ha tratado a las mujeres hasta los tiempos más recientes, hoy vamos a desempolvar el caso de una soberbia fémina romana, de nombre Hortensia. Los hechos que la hicieron famosa no remontan a la época más antigua de la Urbe, donde no se puede discernir la leyenda de la realidad, y donde, por desgracia, se datan las más célebres actuaciones femeninas positivas. En efecto, no podemos saber hasta qué punto es verídico el relato del rapto de las sabinas, o el de la intercesión de la madre y la mujer de Coriolano cuando este trataba de tomar Roma con un ejército. En cambio, la principal obra para acceder a Hortensia es la de Apiano (Guerras civiles, IV, 31-34), historiador griego del siglo II, que por lo común es considerado una fuente fiable.   

Vivió nuestra Hortensia en el siglo I a. C., y poco más podemos hacer por detallar su cronología. Su padre fue el ilustre orador Quinto Hortensio Hórtalo, nacido en 114 y muerto en 50 a. C. De él había recibido una excelente formación retórica, anómala en las mujeres de su tiempo, que daría sus mejores frutos en el año 42, en el que se sitúan los hechos que nos ocupan. Por aquel entonces, en un contexto de prolongadas y continuas guerras civiles en la República romana, acababa de constituirse el Segundo Triunvirato: la alianza entre Octaviano, Antonio y Lépido gobernaba el Estado, frente a los rebeldes cesaricidas Bruto y Casio. Las muchas legiones movilizadas, junto con los demás gastos bélicos, agotaban el tesoro público, y los triunviros ya habían cometido muchos abusos para financiar su campaña. El último había sido confiscar las propiedades de los ciudadanos proscritos, todos ricos, pero nadie había mostrado gran interés en los terrenos, que habían tenido que ser vendidos a precios bajos: no era buen momento para demostrar poder adquisitivo.

Para paliar este fracaso recaudatorio, los triunviros pusieron en práctica una idea, como poco, innovadora: publicaron un edicto exigiendo a 1.400 de las mujeres más ricas de Roma tasar su fortuna y aportar el tributo que correspondiera a cada una, según sus bienes. Las mujeres romanas no gozaban del estatuto de ciudadanía, por lo tanto no pagaban impuestos y estaban relativamente apartadas de los negocios. Si había tantas que manejaban sumas de dinero considerables, se debía a que las habían heredado de padres o maridos caídos en las constantes luchas fratricidas que llevaban más de cuarenta años sacudiendo la República.  

Estas 1.400 mujeres no encajaron el agravio estoicamente. Primero apelaron a los familiares más cercanos de los triunviros, sin éxito alguno. Fulvia, esposa de Marco Antonio, las remitió con malas maneras al foro, centro de la vida política, donde la presencia femenina no tenía cabida. Sin embargo, rompiendo por una vez los rígidos moldes que las apartaban de las decisiones comunitarias, todas las romanas afectadas se citaron en el mismo foro con los triunviros.

En este punto cobra Hortensia todo el protagonismo: ella se encargó de pronunciar un discurso en nombre de todas las afectadas. A decir de Valerio Máximo (VIII, 3, 3), el gran Hortensio revivió y respiró de nuevo a través de las palabras de su hija, tal era la calidad de su elocuencia. No conservamos las palabras exactas, pero Apiano nos ha transmitido su contenido, dejándonos ver lo acertado de sus razones. Hortensia se quejaba de que los triunviros ya habían proscrito y asesinado a los hombres de sus familias, alegando que habían cometido males contra ellos, y de que ahora pretendían terminar de deshonrarlas privándolas de sus propiedades, a ellas que de ningún modo se les habían opuesto. Preguntó por qué unas mujeres tenían que pagar aquella tasa, si no participaban de los honores ni del poder por los que se combatía, y estaban exentas de impuestos por su propia condición. No aceptaba que usaran la guerra como justificación de sus injurias, pues, como manifestó, siembre había habido guerras, y en ocasiones anteriores las mujeres de Roma habían contribuido voluntariamente sacrificando sus joyas. Ahora las coaccionaban, las obligaban a pagar con sus tierras o su dinero, y las amenazaban con ofrecer recompensas por delación si trataban de ocultar su riqueza, y esto no pensaban tolerarlo. Hortensia remató su intervención asegurando que, si se diese una guerra con un pueblo extranjero, todas ellas apoyarían económicamente a su patria de buen grado, pero no contribuirían para que los romanos siguiesen matándose entre sí.

¿Inspiraría Hortensia la carrera de
alguna gran oradora?

Lo cierto es que la manifestación y las reivindicaciones femeninas enfurecieron a los triunviros, no acostumbrados a que las mujeres los desafiasen y cuestionasen sus decisiones. ¿Cómo podían rebelarse así, mientras los hombres aceptaban sus mandatos sin rechistar y combatían por ellos en las legiones? Inmediatamente ordenaron a los lictores que expulsaran a toda aquella turba de la plaza, pero el alboroto que se suscitó los hizo desistir. Así pues, resolvieron posponer la decisión hasta el día siguiente. La necesidad de ingresos los apremiaba, pero Hortensia y sus compañeras habían vencido, obligándolos a modificar el edicto: el número de mujeres que tendría que aportar parte de su fortuna se redujo a 400, y se compensó la diferencia con un tributo similar que afectaba a todos los hombres, ciudadanos o extranjeros, que rebasasen cierto umbral económico.   



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